Este Desierto que llamamos mar...


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En 1992, Víctor Meza, Omar Castro y un servidor publicamos este poemario titulado Este Desierto que llamamos mar... a un año luz de distancia de ese entonces, pongo en este blog la parte que me toca.


I

Cuando nos conocimos el desierto estaba agonizante
como una fiera montaraz,
y la primavera brotaba apenas, tímida
pero con un verdor tal, que desde entonces
presentimos que se haría insolente.
Cuando nos conocimos los tabachines estallaron
y su rojura tiño la bóveda celeste
ocultando el sol y las estrellas.

Cuando nos conocimos, los hombres inventaban la música
y con ella encendían los primeros hogares,
y con ella incendiaban las noches
y en las noches inventaban nuevas formas de amar.

Cuando nos conocimos supe que tenía piel.

II

Tú y yo pensamos que el desierto está lejos;
pero basta mirar a lontananza
para descubrir que un ejército de cactos nos acecha.

El desierto, que no sabe de esperas,
que nunca ha aprendido a compartir.

III

Cuando duermes haces poesía.
Tu cuerpo hecho de espuma evapora las ideas
y sugiere espejismos.
Tus arrecifes brillan a la luz de la luna
y miríadas de estrellas beben sobre el espejo de tu piel.

Eres un pez brillante que me busca
en lo más profundo de tus sueños.

IV

Estás en mí
como la silenciosa cadencia
de un poema maldito.
Bulles en mí
como mi sangre y en mi sangre,
y en mis huesos te reproduces quedamente,
Tu imagen desnuda es un gato plenilunar
que me infarta el cerebro
cada noche.
Estás escrita en cada poro de mi piel
a verso libre
y a tu melodía imperceptible que habita en mis abismos
le es indiferente la rima y la medida.

¿Cómo saciar esta sed inacabable?
¿Cómo extirpar el dulce tumor de tu recuerdo?
y andar por siempre y para siempre
por la calle sin huesos y sin cuerpo.

V

Abrir la jaula;
desatar nuestros tigres.
Dejarnos seducir ante su bestialidad incontenible.
Cerrar los ojos y perdernos
ante el dolor que nos sublima.

Desatar los tigres, nuestros tigres,
acostumbrados al cautiverio imperceptible
a ronronear a la medida de las circunstancias
a inclinar la testa,
a cerrar las fauces para no herir
involuntariamente.

Liberar nuestros tigres
y esperar impasibles
el primer y último zarpazo.

Desatar los tigres ¿qué importa?
y perdernos en el oscuro
e indescriptible
y fascinante vértigo de nuestra propia muerte.


VI

Como siempre
me acerco un poco a ti
y a esta distancia no puedo descifrarte.
La ambigüedad de tu cuerpo a medianoche
me subyuga
y me encadena.
No sé si eres piedra en el desierto
o una barcaza que espera en la bahía.
Mis células son animales sedientos
que te presienten bajo tierra
o que te huelen a distancia.
Quiero tocarte y fluyes por mis dedos
y te escapas.
Pueden pasar las horas y yo sigo
con esta sed plenilunar en mi garganta
por los siglos de los siglos…


VII

Ver tus ojos
es estar otra vez
en las calles oscuras de mi vida,
compartiendo la sal y el pan
con los perros insomnes,
quienes disputaban al viento
la supremacía de la noche;
es perseguir el ruido de mis pasos
por las aceras polvorientas;
es descubrir que la vida es otra
cuando duerme;
es contemplar cómo los sueños
alumbran las terrazas y los pórticos;
es escuchar cómo las flores
hablan sin cortapisas
de su orgullo de ser los vegetales
más hermosos;
es aspirar la noche
y sentir que humedece los pulmones
es descifrar las sombras
en los paredones inservibles;
es un aquí y allá
a la caza de metáforas nocturnas;
es andar, andar, andar,
sin tiempo ni medida.

Ver tus ojos, deveras,
Es estar otra vez en los dieciocho.

VIII

No llegamos a esta ciudad por temor al desierto,
ni nos ahuyentó el fragor de la cigarra
o la ventisca de las tres de la tarde
sino porque una vez, soñamos a esta ciudad
perdida entre la niebla
con el mar metiéndose por puertas y ventanas
en los atardeceres,
con el mar en las calles, en los parques,
en el pan, en el vino y en las conversaciones.

Esta ciudad,
donde los hombres no mueren
sino que se pierden o regresan al mar.

IX
Una noche cualquiera
quisiera quedar vacío de repente
y descubrirte, entonces, tal cual eres,
para que en mis adentros
no penetrara la mínima humedad,
ni la mínima luz,
ni el mínimo sonido;
descubrir que la tibieza de tu piel,
el brillo de tus ojos
y el temblor de tus huesos
son solamente reflejo de mis sueños;
que he estado predicando en el desierto
y construyendo espejismos sobre arenas hirvientes;
descubrir que eres el viento de la tarde;
que reconstruyes mis palabras
y las vas hilvanando en mis adentros.

Entonces quisiera quedarme callado para siempre,
Para no escuchar en ti mis propios ecos.

X

Toma un poema mío,
cualquiera,
y despójalo de todas sus palabras.

Si no me quieres, verás una hoja blanca
como tantas, en actitud de espera.

Pero si acaso me amas,
descubrirás que mi alma
está prendida en sus dobleces,
y que en su olor imperceptible
está mi piel, llamándote,
y que su necesidad de ser escrita
es igual a la necesidad que tengo
de tocarte.

XI
Que nos queramos tanto
y usted tenga que ser igual que todas;
levantarse a las seis de la mañana,
barrer las miserias de su casa,
hacer añicos la madrugada con su escoba
acomodar el día en los cajones
con la misma paciencia casi heróica.

Que nos queramos tanto
y yo sea uno más en el rebaño
que se rasura el sueño diariamente
saludando a un extraño ante el espejo.

Que nos queramos tanto
y descubramos que el mundo se divide
estúpidamente en tres comidas
y una pequeña siesta a media tarde.

XII

Tal vez el otoño esté cerca;
quizá nuestra avenida esté cubierta
de la hojarasca que siempre presentimos;
pero nuestro espíritu es rebelde todavía,
y en los pliegues de nuestra piel
el amor se da como circunstancia inevitable.
Tal vez esté cerca el otoño,
pero tú y yo estamos asidos a la luz
con manos y con dientes
e una espera irrenunciable,
asombrándonos cada vez más
ante las insolentes manifestaciones de la vida,
sin importarnos la agonía amarilla
de las buganvillas en los tejados rotos,
ni la rojura del mar en lontananza,
ni el dolor casi familiar de nuestros huesos.
Tú y yo, como hoy y como siempre,
tomados de la mano,
caminando por las mismas calles olvidadas
hechas de sal y espuma
de esta ciudad perdida en el oceáno.

XIII

Nunca he temido tanto una ventana
como en esta hora, huérfana de sonidos y de luces;
en esta hora en que el silencio
es oscuro y pesado como piedra;
en esta hora en que se agrandan
los mínimos hedores
y los minutos arrastran los pasos
y se alejan maldiciendo.

Porque una ventana significa
que la luz puede estallar cualquier minuto
y descubrirme desnudo entre las sábanas
rascándome el esqueleto con versos
que olvidaré mañana.

Porque una ventana, en medio de este desierto
significa que el mundo está afuera, vomitando,
trepándose a los autos,
o en cualquier bar,
urdiendo un asesinato a media noche.

Pero también nunca he amado tanto esta ventana
como en esta hora, solitaria,
porque tal vez, fuera de ella, a lo lejos,
exista otra ventana
por la que tú me llamas y me esperas.


XIV

Ser pájaro otra vez,
y sentir el apremio animal de alzar el vuelo,
y beberse en un segundo el infinito,
a bocanadas.

Ser pájaro otra vez,
es darse cuenta que el cielo no está arriba
sino abajo,
impasible, azul imperturbable,
liso, espejo incandescente,
y uno encima de él,
sin el menor resquicio de vergüenza,
sin el menor asomo
de querer volver a ser humano
solamente estar, quieto,
impávido, asombrado,
ante la música del viento.

Ser pájaro otra vez
es sentir en carne propia
que la vida es inconmensurablemente corta
un aleteo más, quizá,
un último graznido que se pierda,
dando tumbos, en los huecos del tiempo.

XV

Cuando el amor acaba
debemos de llorarlo quedamente,
como lloramos a nuestros muertos cotidianos;
debemos de vestir su cadáver inmóvil
y ponerle flores blancas en sus alas marchitas,
y después, llenar con su recuerdo
nuestras horas, ridículamente tristes y vacías.

Así debiera suceder;
pero en todos nosotros,
cuando el amor acaba
suele ser como un vaso que se rompe a pleno día,
o como una melodía que se apaga
en un desierto gélido y lejano,
o como una gaviota que envejece
en la punta del viento,
o como una flor que muere en la intemperie
o como un árbol que se rescabraja solitario
o como una herida que se cierra, lentamente
a puntadas de hastío…

XVI

Lo que me duele de ti
es que hayas dicho
que el mar no otra cosa
más que mar.

XVII

Destrúyeme si quieres,
que ante mi condición vegetal de estar inmóvil
e indefenso
antepongo la sabiduría del desierto.

No vencerás del todo
en esta guerra milenaria,
pues en la sed interior de la semilla
yazgo,
atisbándote,
esperando tu inevitable tiempo de aguas.



XVIII

Tal vez nuestro amor no fue así
pero así debió ser.
Porque ¿quién no nos dice que al despertar mañana
nos daremos cuenta que no nos conocemos?
que debemos buscarnos en los agujeros del desierto,
en el interior de la biznaga,
que debemos adivinarnos en las balizas y los muelles,
entre las balaustradas húmedas por la brisa,
en las calles desiertas,
en la sal de todos los caminos,
que debemos de presentirnos en la herrumbre de las
anclas,
en la carcoma de los árboles
o bajo el balastro de los terraplenes;
que debemos encontrarnos y enseñarle a los hombres
nuestra forma antiquísima de amar.

También puedes ver mi blog "El Terreno de la Loma" en: http://elterrenodelaloma.blogspot.com/



En el espacio interior de cada quien, hay un animal que sueña...