Cuando uno se acostrumbra
a que los días se alejen en la polvareda del camino
como potros perdiéndose...
Cuando sonrío con esa sonrisa de haberlo visto todo,
cuando en mis ojos se despejan todas las borrascas
y queda una tristeza asolvada y silenciosa...
Cuando me voy haciendo viejo más por convencimiento
que por lo que me dicen los relojes del cuerpo...
Cuando cierro los ojos y me derrumbo solo
en un sueño que no tiene destino ni esperanza...
Cuando ya no espío los ruidos de la noche
sino que estos pasan sobre mi cuerpo diluido
en la charca infinita de la nada...
Cuando me despierto y veo al mundo suspendido
en la punta del tiempo
cuando entre las arrugas de la almohada
descubro dos lágrimas sin razón aparente, desahuciadas,
cuando ando sin dolores del alma o del espíritu,
cuando camino por mi casa con la vida perfecta
y ordenada, sin cuarteadura alguna salvo aquélla nostalgia
que brota desde adentro como si fuese un moho solitario...
Cuando escucho mis propios pasos arrastrándose
como lentos fantasmas de la noche...
Entonces llegas tú de las Antípodas
y me traes el polvo del camino
y desatas borrascas
y desensolvas tristezas y relojes
y me abres los ojos para buscarme entre los sueños
y te despeñas conmigo tras los ruidos
y cambias la vestimenta de mi almohada
y le pones timón a mis naufragios
y te pierdes conmigo de repente,
y te pierdes
una noche estrellada...
NOTICIA 2369ª DESDE EL BAR: EL GOLFO DE MÉXICO
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