Esconde el rostro, la mirada,
rehuye ver la luz que
cuelga clara, redonda, incandescente
como un tizón ajeno, la presiente, la adivina.
Clava sus ojos en el suelo
y enreda sus pupilas
en las raíces subterráneas.
Evade ese plato luminoso que le sigue
con esa sonrisa dolorosa.
La luna llena asciende
y su luz es una canción que sabe a rascadura,
a pan sin sal, a eco perdido en la quebrada,
a llanto deslavado
a cicatriz de quemadura
a besos resecos al sol en las zarzas del tiempo
a huellas asolvadas
a matadura envejecida y sin embargo
hay una tristeza humedecida en la punta del viento
y en esa tarde, que se alarga, como las propias sombras empolvadas
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